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Los rituales femeninos

Autor: Jaquie Bustamante
3 de diciembre de 2018

A lo largo de su historia, la humanidad ha recurrentemente reconocido la existencia de un poder superior proveedor de todo lo idispensable para sobrevivir, desde refugio y materiales para elaborar enseres y herramientas hasta el alimento y la energía que nutre e inspira.

Ya en la prehistoria, los humanos atribuían poderes y cualidades a elementos como el fuego, en torno al cual se reunían para crear comunidad, agradecer y generar rituales de sanación. En diferentes puntos del mundo existen vestigios de pinturas rupestres, figuras talladas y elementos que además sugieren que la devoción de muchas culturas estaba dirigida hacia lo femenino. El hallazgo de figuras femeninas de pechos y vientre prominente evocan la importancia de la fertilidad y la creación de vida. Los ciclos lunares y estacionales fueron las unidades de tiempo en las que se basaron las primeras sociedades para definir los calendarios agrícolas.

El fin del primer milenio de nuestra era marcó un momento histórico. El asentamiento de la escuela de Chartres supuso un giro a nivel social en el que la emoción cedió el paso a la razón. La figura del poder de lo masculino racional cobró mayor relevancia, desplazando lo simbólico e intuitivo hacia un segundo plano. El pensamiento europeo se esparció en múltiples latitudes y el calendario solar o gregoriano se impuso por sobre la conexión con los ciclos de la tierra, que empezaron a ser clasificados como parte del “paganismo”. Este concepto abarcaba prácticas en las que se rendía culto a diosas y a energías elementales, como se observa aún entre pueblos originarios que conservan su sabiduria ancestral hasta nuestros días.

Los rituales que en nuestro días percibimos como “femeninos” son aquellos en que el eje principal es el espíritu de la tierra, los ciclos, la sexualidad o las cualidades que como mujeres se nos asocian. Entre los rituales más conocidos están los de cambio de estación, los de iniciación en el marco de etapas de la vida tales como la maternidad, los de las fases de la luna, así como los gestos que ponen nuestra energía femenina individual al servicio de lo cotidiano, como el cocinar y el crear contención emocional.

La integración y el desarrollo de la consciencia de la mujer como representante de dichas características le permiten a la vida cotidiana cobrar una dimensión ritual, desde lo más básico como despertar y desenvolverse en las actividades regulares, hasta lo más elaborado, como el crear ambientes de reposo y meditación, o el recurrir al uso de herramientas simbólicas, o el propiciar reuniones entre mujeres y promover la creación de comunidades basadas en principios de unidad inspirados en una estructura circular. De manera global, cada vez más mujeres cultivamos una reconexión consciente con nuestra naturaleza sensitiva y emotiva, buscando establecer un equilibrio necesario con el sobrevalorado raciocinio del sistema patriarcal.

Con este entendimiento profundo, un proceso ritual inicia desde el diseño de un altar y matiene una pureza energética hasta el cierre, integrando la presencia de los elementos, honrando a las fuerzas creadoras, comunicando intención y agradecimiento, contemplando una ofrenda y desplegando una conexión con la expresión del divino femenino a través de la oración, el canto, la danza o la cualquier otra práctica creativa.

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